
¡Muy buenas! Aquí estoy de vuelta (je, je,...y sí, enterita aunque con algún que otro morado, de diversos golpes sin importancia, y alguna llaga hecha con las cuerdas de amarrar en la mano, por no acordarme de los guantes en su momento) para explicaros el viaje.
Ha sido una experiencia muy gratificante y muy recomendable. Aunque también muy intensa y muy laboriosa. Los paisajes preciosos y, en general, la gente, muy, muy amable.
Después de la instrucción (algo breve) cogimos el barco, en Port Cassafières y empezamos nuestro itinerario hacia Capestang. Los inicios fueron de risa pues el barco hizo tantas eses que parecía capitaneado por ebrias. Pero conseguimos hacernos con él y su manejo fue paulatinamente mejor. El truco estaba en equilibrar constantemente el timón. Dar la orden y a continuación la contraorden. El barco tarda en reaccionar hacia el lado que quieres dirigirlo, así que hay que anticipar constantemente dichas órdenes. Una vez, visto lo anterior, el volante a penas lo mueves, a no ser que haya que maniobrar.
En seguida llegaron las esclusas hacia arriba (es decir, pasábamos de un canal inferior a otro superior. En mi opinión más difíciles que las de bajada). Las tres primeras bastante bien pero, al llegar a la cuarta, tuvimos el susto del viaje. Tuvimos la mala suerte de dar con un esclusero muy desagradable y poco solidario que, en vez de ayudarnos, nos lo complicó. La manera que nos explicaron de pasar las esclusas funcionó en las primeras (que eran pequeñas y el desnivel aceptable). Mi amiga salía del barco unos 100 m antes, avisaba al esclusero o esclusera, esperaba a que yo entrase con el barco en la esclusa, le lanzaba las dos cuerdas con las que lo sujetábamos (una delante y la otra detrás), la esclusa se llenaba de agua y, cuando alcanzaba el nivel del siguiente canal, se abrían las compuertas). Pero esa técnica (que nos explicaron en la instrucción) no servía para las esclusas grandes y con amarres de muro. Me explico. La cuarta esclusa, justo antes de entrar en el puerto de Béziers, nos cogió de sorpresa (por novatas). Nos dispusimos a repetir la misma operación que en las anteriores. Mi amiga bajó del barco, habló con el esclusero y le dijo (como a todos) que éramos primerizas, por si hacía falta echarnos un cable. El señor se negó y dijo que no nos iba a ayudar porque simplemente teníamos que sujetar las cuerdas. Sencillo para él que estaba harto de verlo pero muy mala sombra tuvo con nosotras. El problema vino en que entré sola a la esclusa, que me pareció enorme, e intenté lanzar la primera cuerda, pero la pared era altísima y me fue imposible. El esclusero, sin esperar a que estuviese sujeta, empezó a llenarla de agua y pasé momentos de miedo pues el barco, con la fuerza del agua entrante, iba de un lado a otro y yo me veía de cabeza adentro. Mi amiga, también asustada, no podía hacer mucho pues no podía coger las cuerdas e, impotente, sólo podía mirarme desde lo alto (ella no tenía que haber salido del barco pero no lo supimos hasta ese momento). No sé cómo logré hacerlo, pero al darme cuenta de que los amarres eran hierros que iban del suelo hacia arriba, paralelos al muro, logré engancharme a uno y, con el barco totalmente en diagonal, pude estar sujeta hasta subir completamente el nivel. Es cierto que nosotras no teníamos experiencia pero el esclusero se portó muy mal. A parte de no comentarnos nada de los amarres de pared, hizo entrar el agua sin haber sujetado el barco, cosa que no hizo nadie en las 24 esclusas que pasamos.
En fin, después de esa esclusa en la que lo pasamos francamente mal, nos acobardamos un poco pues después venían las siete esclusas seguidas de Fonséranes. Decidimos hacer un alto en el camino, visitar Bèziers y coger fuerzas para el día siguiente.
Lo primero que hicimos, nada más despertarnos y desayunar, fue ir a inspeccionar en bici lo que se nos venía encima para decidir qué hacer. Allí, conocimos a un francés jubilado que, al explicarle nuestra última esclusa, se ofreció a acompañarnos a pasar las siete y, cómo no, aceptamos su generosa ayuda. Él pilotaba y nosotras nos ocupábamos de la sujeción. Todo de maravilla.
A partir de ahí, nos volvimos a relajar y pudimos disfrutar del resto del viaje. Después de Fonséranes, y ya solas, el paisaje se volvió más y más bonito. Más naturaleza y los pueblos, encantadores.
Llegamos a Colombiers y decidimos, por falta de tiempo (pues teníamos que hacer el mismo itinerario de vuelta), llegar a Capestang en bicicleta (pues con ellas, íbamos más rápidas que con el barco. La velocidad media de la nave era de unos 15 km/h).
Por no extenderme mucho, el viaje lo he resumido en la presentación de abajo. Espero que os guste y que disfrutéis de las fotografías. Recomendar a quien quiera ir que vaya con tiempo (nosotras sólo estuvimos cinco días y se nos hicieron cortísimos; cuando más empezábamos a disfrutar, tuvimos que regresar) e ir, mínimo, tres personas (una de capitán y las restantes para amarrar, sujetar y ayudar tranquilamente).
Dejamos el barco y nos acercamos en coche a Carcassone, que nos quedaba a unos 75 km y hubiera sido nuestro destino de llegada con el barco si hubiésemos tenido más tiempo. Una ciudad medieval preciosa en la que, todavía hoy en día, siguen viviendo unos 120 habitantes. Hay muchísimo comercio (casi demasiado, para mi gusto), entre restaurantes y artesanos, y las murallas (de unos 3 km de longitud), junto con las casas, las torres, las fortificaciones y la catedral de St. Michel, se conservan perfectamente.
Para mí ha sido una experiencia muy bonita y enriquecedora. Tanto es así que espero volver a hacer algún otro recorrido fluvial como éste. Espero que os animéis porque, realmente, vale la pena.