sábado, 23 de febrero de 2008

Misión cumplida

Durante mi infancia, todos los veranos íbamos de vacaciones al pueblo de mi padre. Cargábamos de maletas nuestro Seat 131 familiar y pasábamos allí un mes entero con mis abuelos. Nos lo pasábamos genial, tanto que, siempre que llegaba el día de partir y nos montábamos en el coche, no podíamos contener las lágrimas pensando en que no volveríamos al pueblo hasta el verano siguiente.

Uno de esos veranos, debía tener yo unos 10 u 11 años, llegué al pueblo con la muñeca rota y la clavícula dislocada por una desafortunada caída de bici. El brazo lo traía escayolado hasta más arriba del codo y una especie de ocho, me cubría los hombros. Como comprenderéis, ese año, aunque cayó el sol a plomo, no pude disfrutar de la piscina y tuve que conformarme con los baños de alcohol y algodón que me hacía mi madre.

De todos modos, los vendajes no impidieron que pudiese jugar con mis hermanos, primos y amigos y tuviésemos nuestras pequeñas aventuras. Una de esas aventuras, que perdura en mis recuerdos, fue el día que encontramos un pajarillo herido en el suelo sin poder volar. Nos dio tanta pena que lo "adoptamos" y nos propusimos curarlo. Cómo estaría el animal que cada vez que intentamos darle de comer con un palillo (recuerdo que le dimos galleta mojada y triturada), se le salía el alimento por una herida que tenía en la tráquea (qué repelús). El pobre no duró mucho y murió.

Entre todos hubo consenso inmediato: teníamos que enterrarlo para que fuese al cielo. Así que nos pusimos a buscar el lugar idóneo para llevar a cabo ese ritual.



Decidimos un lugar precioso: el jardín nuevo que había al lado de la iglesia. El único problema era que estaba vallado y no se podía entrar. No lo pensamos mucho y saltamos la valla (que nos llegaba a todos a la altura de las caderas). Lo enterramos e, incluso, le pusimos la correspondiente cruz, hecha con dos palos. En eso estábamos cuando, de repente, se empezaron a oír unos gritos que se dirigían a nosotros. Era una de las vecinas que nos reñía por estar pisando las flores del recién estrenado jardín. Lo que hace la supervivencia y es que, en milésimas de segundo, todos echamos a correr. La huida iba perfecta hasta que llegué a la valla. El pié se me enganchó en ella y aterricé en el suelo con la escayola del brazo (que hizo un ruido estrepitoso). Creí que se había hecho añicos y que a mis padres no les iba a hacer ninguna gracia. Pero no, no se rompió. Lo que casi se rompieron fueron mis tímpanos, puesto que, con mi tropiezo, perdí tiempo y me quedé sola ante los semejantes gritos de enfado de la señora. Que si no nos daba vergüenza, que si las flores las habíamos estropeado,...

No sabéis lo que nos llegamos a reír, después, todos. Al menos, nuestro misión estaba cumplida y el pobre pajarillo descansaba en paz.

viernes, 22 de febrero de 2008

A vosotr@s

martes, 19 de febrero de 2008

Caída libre


De jovencita, hubo una época en que me dió por decir que no me iba a morir sin haberme tirado de un avión. Decía que yo tenía que experimentar esa sensación que deben sentir sólo aquellos que hacen paracaidismo. Esos que saltan desde unos 4.000 metros de altura y realizan piruetas hasta abrir sus paracaídas, cuando se aproximan a unos 1.500 metros del suelo. ¡Cuánta adrenalina!

En esa época, cuando no se tiene todavía consciencia real del peligro, lo tenía clarísimo (¡ja!). No sé ni cuando ni porqué me entró la idea en la cabeza, pero cada vez que veía algún reportaje o alguna película, en las que mostraban imágenes de gente saltando, me quedaba fascinada (sí, me gustó "Le llaman Bodhi", qué se va a hacer).

Con los años, esa idealización por la caída libre fue perdiendo fuerza, poquito a poco, hasta el mismo instante en que monté, por primera vez, en un avión (con mi hermana que no sube a un ascensor). Fue en ese momento concreto, cuando el aparato empieza a luchar en contra de la gravedad, cuando supe que esa sensación anhelada en mi juventud, se había desvanecido por completo. Creí que me daba algo. ¡Qué subidón!

Cuando la euforia disminuyó y empecé a tranquilizarme, pensé en el valor de todos los paracaidistas y, a la vez, en que no creía que fuera a subir más a un cacharro como ese (también entendí porqué Juan Pablo II besaba al suelo cada vez que llegaba a su destino). Así supe que ese sueño adolescente, se iba a quedar en eso: un sueño.

(Desde entonces, sí he vuelto a montar: el viaje de vuelta, otro de ida y otro de vuelta ...ejem...ejem...).

domingo, 17 de febrero de 2008

Historia perruna


Por todos es sabido que el animal más fiel a su amo es el perro. Parece ser una verdad universal. Para aquellos que hemos tenido, sabemos que sí, que es cierto. Un perro siempre es constante en sus afectos y, difícilmente, defraudará la confianza que deposites en él.

El fin de semana pasado, concretamente el sábado, mi cuñado fue a cazar, como de costumbre, con los de siempre: familiares y amigos que comparten la misma afición. Suelen ir a unos 65 quilómetros de la ciudad donde vivimos. Cuando acabó el día, uno de los perros de su hermano no volvió. Estuvieron buscándolo y llamándolo, pero no hubo manera de encontrarlo. Apenados, tuvieron que irse del lugar, pero dejaron un chaleco en el suelo para que, si el perro volvía, tuviese un punto de referencia.

A la mañana siguiente, el hermano de mi cuñado regresó con la esperanza de que su perro hubiese encontrado su chaleco y estuviese allí. Pero no. La prenda estaba (y no la tocó), pero del animal, ni rastro. Desilusionado, y después de recorrer la zona nuevamente, volvió a casa dándolo por perdido y sin poder quitarse de la cabeza qué le habría ocurrido al pobre animal.

El amor que tienen los cazadores a sus perros es tan grande, que el hermano de mi cuñado, no se dió por vencido y el lunes, después del trabajo, regresó.

Cual fue su sorpresa y su alegría, cuando vió que su querido animal lo estaba esperando, mucho más delgado, tumbado encima del chaleco.

¿Qué le pasaría? Ni idea. Pero ahí estaba.

jueves, 14 de febrero de 2008

Nuestras costas


Dice Buenafuente que de la burbuja inmobiliaria tienen la culpa los piropos. Sí, que a nuestros hombres les gusta tanto piropear que, para poder hacerlo, imitando a los paletas, empezaron a montar andamios, de los andamios tuvieron que ir subiendo paredes, grúas, ... y que así acabamos con Marina d'Or.

Yo no he estado en esa macrociudad dedicada al ocio, ni creo que vaya a estar (aunque nunca hay que decir "de ese agua no beberé", por si acaso), pues prefiero los sitios más tranquilos y más naturales.

El verano pasado estuve de vacaciones por las tierras del Delta de l'Ebre, en Tarragona. Anduve por su Parque Natural y por los pueblos cercanos. Una maravilla. Así que, estando relativamente cerca, quise visitar Peñíscola (que no anda muy lejos de la susodicha ciudad de la diversión). Tenía un bonito recuerdo de ella, de hacía muchos años, cuando la visité con mi família por primera vez. Pues bien, cuando llegué tuve una visión que me estremeció. La explotación urbanísitica es increíble, todo su paisaje se basa en construcciones y más construcciones. Sentí pena. Pena por lo que el dinero puede llegar a destruir. Suerte que el peñón, con su encanto medieval (que es lo más valioso), no tiene más capacidad para ser ocupado, que sino ya veríamos.

Así que, aunque Buenafuente siempre haga sus reivindicaciones con humor (y ya va bien que se le quite hierro al asunto), en el fondo todos sabemos que los piropos son totalmente inocentes de esa acusación y quienes son los verdaderos culpables. Lo peor es que se han hecho millonarios a nuestra costa, mejor dicho, con nuestras costas.



miércoles, 13 de febrero de 2008

Únicos


He encontrado este vídeo de humor que parodia a Abba. A mi parecer, muy bueno. Por mucho y muy bien que se les quiera imitar, seguirán siendo únicos.

lunes, 11 de febrero de 2008

Imborrables



Hay fechas que son imborrables en nuestra cabeza. Fechas que, por distintos motivos, se graban en alguna parte del cerebro y ahí se quedan, permanentes. Fechas que, pase lo que pase, es imposible olvidarlas.

Otras, en cambio, se esfuman. Intentas recordarlas y, quizás, sí te aproximas pero no consigues dar con ellas con exactitud. Cuando el motivo no tiene mucha relevancia o implica dolor, el que pasen inadvertidas es perfecto. Pero, estan aquellas que son importantes y, sin saber porqué, también se olvidan (estas casi son las peores, por la repercusión del o de los afectados, digo).

Pues hoy, 11 de febrero, responde a una de las primeras para mí y para mi querida tribu. Hoy es una de esas fechas tan especiales que, difícilmente, pasarán a formar parte de las segundas. Y es que en un día como hoy, hace 29 años, nacieron dos de las personas más importantes de mi vida. Muchas felicidades.

viernes, 8 de febrero de 2008

Desde mi ventana

Hoy mi ciudad se ha despertado con niebla. No es nada extraordinario porque ocurre muchas veces. Estamos tan acostumbrados que, aunque parezca raro, hasta nos gusta. A ver si me explico. No es que prefiramos la niebla, por supuesto que no. Donde haya un día soleado, que se quite todo lo demás. Pero, la niebla es tan característica aquí, que según en que época, si no aparece, la echamos de menos. Por poner un ejemplo, las navidades sin niebla parece que no son tan navidades (un poco insólito, sí, pero así es).

De todas maneras, lo del cambio climático debe de ser verdad, porque tampoco la niebla es lo que era. Recuerdo las mañanas en que bajaba al instituto (ya hace algunos años de eso...) con una niebla tan y tan densa que a duras penas se veían los edificios a unos cinco, diez metros. Y cuando aparecía nos acompañaba durante muchos días seguidos, más que ahora.

Pues hoy, después de tres días preciosos, ha vuelto. He subido la persiana y desde mi ventana la he visto. No era excesivamente tupida así que más tarde, seguramente, nuestro sol con uñas también se dejará ver.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Otro gallo cantaría



Hace unos dos meses, mi hermana me pidió si le podía hacer de fotógrafa durante un ratillo, pues una de sus amigas estaba a punto de dar a luz y le hacía ilusión retratarse en su estado con ellas. Acepté con mucho gusto, puesto que, aunque mi relación con la fotografía sea únicamente "de estar por casa", me gusta y el motivo de esa petición, también.

Hace dos días, nos volvimos a juntar en una cafetería a la hora del cortado, después de comer. Conocí a la niñita (una hermosura) y "vam fer petar la xerrada" (como dicen los catalanes, que no es otra cosa que "darle a la sinhueso"). La madre de la susodicha niña nos explicó cómo le iba su nueva vida y nos dió alguna pincelada de cómo se empezaban a adaptar, ella y su marido (y también padre), a tan grandes cambios (gratificantes pero, a la vez, difíciles). Lo que más me sorprendió (hasta cierto punto, tristemente, porque creo que pasa demasiado a menudo) es que en su trabajo ya le habían preguntado cuándo se iba a reincorporar. Ella contestó, lógicamente, que después de las 16 semanas que le corresponden por ley, cosa que pareció no hacerle mucha gracia al "jefesimpáticodeturno". Y aún más, pues, a continuación, le informa que cuando se reincorpore ya no lo hará en su puesto sino en otro inferior, excusándose en que, recientemente, se ha incorporado una nueva trabajadora con más titulación que ella.

Me gustaría entender porqué en este país, que tan europeo se cree, no se ayuda, con leyes, a compaginar el trabajo y la familia. Ayudas para flexibilizar el horario laboral y poder ocuparse más y mejor de los nuestros; ayudas para aumentar los sueldos y no tener que trabajar tanto. El pez que se muerde la cola.
Y ya que hablamos de Europa, en Suecia las mujeres tienen derecho a 96 semanas de baja por maternidad. En Noruega disfrutan de un máximo de 52 semanas, mientras que en el Reino Unido pueden llegar a las 40. Por no hablar de la flexibilidad en sus horarios laborables, sus sueldos y otros etcéteras.

Creo firmemente, que muchííííísimos problemas de nuestra sociedad actual tienen ahí su raíz. Quizás si nuestros mandamases lo tuvieran en cuenta, otro gallo cantaría.

martes, 5 de febrero de 2008

Aquí estamos

Me gustan las personas, en general. Las observo e intento imaginar qué tipo de vida llevarán. Hoy en el autobús, he visto al anciano que acompañaba a su nieto, después de recogerlo del colegio, y que no hacía otra cosa que insistir para que se acabase la merienda; he visto a la ama de casa, cargada de bolsas y de arrugas (propias de su edad), que no paraba de mirar y remirar el tiqué de sus gastos y preocupaciones; he visto a la quinceañera con su mp3, que ha bajado antes que yo y que le estaba esperando su amigo con una sonrisa tierna; he visto al inmigrante, con su mono de trabajo, que no se ha sentado durante todo el trayecto; he visto a dos papás con gemelos, a un joven con maletas, al chófer, a ... a mí.

Me he visto a mí misma. He pensado en que en cada uno de ellos hay algo de mí, en que no somos tan diferentes y en que no logro entender porqué hay quienes rechazan sin escrúpulos, sin empatía. Si aquí estamos... y cabemos todos.